SOLA
SOLA
Agustina Martínez
EIla miraba los
diminutos peces, rojo, naranja, negro. alcanzando una y otra vez los
limites de su minúsculo océano. El médico
dobló el papél y lo introdujo en el sobre.
-¿Por qué no ha venido tu marido contigo?
Ella tenía preparada la respuesta.
-Está de viaje. De todos modos prefiero venir sola. él ni tiene valor para éstas cosas.
El médico la miraba, los antebrazos apoyados en la mesa, las manos entrelazadas encima del sobre.
-Lo he leído -dijo ella de pronto.
Tanto cuidado
despegando el sobre encima del vapor del agua hirviendo, volviendo a
pegarlo, metiéndolo bajo los seis tomos de la Historia de
España, para acabar diciéndoselo.
-Es...-evitó la palabra -lo peor ¿verdad?
Un gran
vacío en el estómago, pero aún un tenue residuo de
esperanza. Los ojos del médico se habían entristecido.
-No te atormentes
-dijo a media voz. Inacabables, se perseguían las burbujas hasta
la superficie del luminoso universo acuático.
-¿Cuánto tiempo? De vida normal, quiero decir, al final ya sé que no será vida ni nada.
Era como estar hablando de otra persona.
-¿Cuánto? -insistió.
-No te atormentes -repitió él. Pero estaba lejos, ya nadie estaría cerca...
El sobre, tan blanco, en la superficie oscura de la mesa, los peces las burbujas...
-¿Tres meses?
El separó las manos.
-Más o menos -dijo con voz ronca
Cuando bajó
llovía. Se detuvo en el portal. Miró la hora sin verla,
abrió el paraguas y echó a andar
El médico
había insistido en que no se atormentase, le había
estrechado las manos entre la suyas, fuertes y cálidas y en el
pasillo la había abrazado por los hombros.
-No pretendas ser una supermujer. Llora, después de todo a nadie va a extrañarle que Io hagas.
-No quiero que me vean llorar.
-Lo sé. Pero será más duro si te apartas de los demás
-Qué lejos lo sentía. Era un hombre bueno, un amigo, pero ya estaba del otro lado.
Se detuvo frente a
un escaparate rutilante, repleto de objetos indescifrables. A su
espalda, seres extraños dejaban frases sin sentido... pinzas de
plata, ceniceros de cristal... Ya no llovía, cerró el
paraguas y Io arrolló con cuidado... Cerrar el paraguas, llamar
un taxi, subirse el cuello del abrigo... Todo adquiría otra
importancia ahora. Trató de recordar un poema que definía
la muerte de un modo peculiar, algo así como no volver ya a
ordenar los lápices y los papeles. Y otro que había
oído por la radio muchos años atrás, en el que una
mujer pedía que la enterrasen en un prado y sembraran flores
sobre la tierra que cubriese su cuerpo.
Y de pronto,
brutal, como un latigazo, la alcanzó la realidad. Tres meses.
Solo tres meses, en plena primavera... "No lo resistiré"
pensó. Sentía un nudo de lágrimas en la garganta y
otra vez ese terrible vacío en el estómago.
Esperó, tan
sola entre la gente, a que el minúsculo hombrecillo verde
iniciase una vez más su eterno paso inacabado. Cruzó. Al
otro lado de la calle, iluminados por refulgentes soles de mil wats,
Mediterráneos de cartón, prometían, a precios
asequibles, un verano feliz.
CUENTO EXTRACTADO DE LA REVISTA AMARU.VER EN ESTA WEB